Antifeminismo: ¿por qué arrasa entre los varones jóvenes? (I)
Publicado: 12 / 07 /2024
¿Son los jóvenes de hoy más machistas? ¿Estamos al borde, o incluso ya experimentando, una reacción violenta contra los valores feministas? ¿Se reducen los problemas de los hombres a una crisis de masculinidad? Muchos científicos sociales coinciden en que cada vez más hombres jóvenes están sumidos en el malestar, en una crisis que interpela su identidad, su autoestima y el valor de sus relaciones interpersonales.
La igualdad entre los sexos es una novedad histórica. La historia narrada sobre la opresión femenina y la desigualdad de género mira con frecuencia al pasado. Escribía Simone de Beavoir, en El Segundo sexo, publicado en 1949, lo siguiente: «El privilegio económico que disfrutan los hombres, su valor social, el prestigio del matrimonio, la utilidad de un apoyo masculino, todo empuja a las mujeres a desear ardientemente gustar a los hombres. Siguen estando en su conjunto en posición de vasallaje. El resultado es que la mujer se conoce y se elige, no en la medida en que existe para sí, sino tal y como la define el hombre».
A día de hoy, la conciencia feminista se ha filtrado en la sociedad a través de los cambios legislativos, de esas leyes que han ido otorgando y reconociendo derechos a las mujeres, como el derecho al voto, al divorcio o a la no discriminación laboral por razón de sexo. La sociedad ha avanzado y ahora, hasta para Barbie, el enemigo es el patriarcado. Sin embargo, la incorporación de los hombres a la lucha por la igualdad de género parece tan inestable como el propio movimiento feminista. A menudo se suceden las etapas de fervor con otros momentos donde premia el estancamiento o la regresión. Ahora, incluso cuando las publicaciones más convencionales, la cultura pop, la industria audiovisual o los tradicionales partidos políticos alientan el feminismo, cada vez más varones jóvenes desafían sus reivindicaciones y expectativas sociales.
En uno de sus últimos sondeos, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) recogía cómo el 52% de los jóvenes encuestados entre 16 y 24 años, se mostraba «muy» o «bastante de acuerdo» con la siguiente afirmación: «Se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de género que ahora se discrimina a los hombres». El mismo estudio también señalaba que las mujeres de todas las generaciones son más feministas que los hombres, siendo la diferencia mayor en la franja citada. Por otro lado, el barómetro del CIS correspondiente al mes de junio, revelaba que el votante medio de Se acabó la fiesta (SALF), partido liderado por el agitador electo Luis ‘Alvise’ Pérez y con una actitud manifiestamente reaccionaria ante el discurso feminista, es un varón joven, de clase baja y afín a la ideología de derechas.
Al margen del contexto español, esta tendencia también resulta manifiesta en otros países de Occidente.
De acuerdo con estos datos, sorprende que, en términos generales, no son los señores entrados en canas quienes se sienten incómodos con el feminismo, sino los chavales de la generación Z, aquellos que han nacido en democracia y con normativas específicas en igualdad de género. ¿Qué está pasando para que los varones jóvenes, testigos de movimientos mundiales como la Marcha de las Mujeres o el #MeToo tomen partido contra el feminismo? Aun formando parte de un contexto donde la maternidad continúa penalizando las carreras profesionales de las mujeres, se evidencia la crisis de cuidados, o existe un aumento de las agresiones por violencia sexual, ¿viven un espejismo de igualdad?
La incorporación de los hombres a la lucha por la igualdad de género parece tan inestable como el propio movimiento feminista
Pese a que el movimiento feminista se encuentra bastante escindido, marcado por luchas internas y posturas que, con respecto a determinados temas como la prostitución o el reconocimiento de la transexualidad, resultan irreconciliables, todavía hay esperanza para el entendimiento y los pactos de mínimos. Sostener que la crisis interna del feminismo provoca una desafección en los hombres jóvenes es bastante reduccionista. Si bien no hay que descuidar cómo, de un tiempo a esta parte, las implicaciones identitarias han conquistado la agenda feminista y han supuesto un cambio de rumbo en las demandas y exigencias públicas. Lejos de abogar por una crítica antiesencialista con respecto a la categoría «mujer», reconfigurar la lucha social, u ofrecer una política emancipadora, la caída del feminismo en el esquema de la identidad, ha individualizado las reivindicaciones y ha reducido la acción política a una performance.
El problema con las políticas identitarias no es la diversidad ni la interseccionalidad sino la gestión y articulación de las mismas, pues frecuentemente se omiten las diferencias intragrupales y se alimenta, con ello, la tensión entre grupos. Además, si el proyecto político del feminismo es de carácter universalista e implica a todos los seres humanos, la igualdad y la justicia social no pueden reivindicarse de forma exclusivista, movilizando a las minorías y marginando el interés común. La segregación no debería ser la respuesta al hecho de que el feminismo sea una suma de mestizajes políticos, sociales e ideológicos, los cuales trascienden el eurocentrismo o la normatividad sexual.
Cuando los problemas de los hombres jóvenes no tienen cabida en la retórica identitaria que promulga el actual feminismo, ¿cómo no se va a perder la fe en la capacidad del feminismo para transformar la sociedad? Si el feminismo no está al servicio del interés público, si su utopía no valora los problemas de esa otra parte de la población, si parece obligar a las personas a elegir una identidad para ser reconocidos y escuchados, ¿acaso sorprende que los hombres jóvenes estén desmoralizados, crean que el feminismo es un catalizador de la polarización y busquen nuevos ídolos?
Aunque el movimiento feminista haya hecho visible el impacto negativo que tienen los valores del sistema patriarcal en la vida de los hombres, en concreto en lo que respecta a su salud, relaciones y conductas de riesgo, lo cierto es que no ha mostrado el suficiente interés para construir y facilitar estructuras o redes de apoyo a los chicos. Está muy bien que el feminismo anime a los hombres a rechazar las expectativas sociales de la masculinidad dominante, a incorporar la corresponsabilidad en su estilo de vida o a denunciar los comportamientos sexuales abusivos, cuando ellos son víctimas de violencia sexual física o digital, pero, ¿y después qué?
Desde sus orígenes, el feminismo se ha esforzado por facilitar a las mujeres y niñas oportunidades y espacios al margen de las estructuras e ideales patriarcales. En la educación, la industria del entretenimiento o incluso en la publicidad, las chicas gozan hoy de una cultura alternativa al statu quo sexista. El mensaje público anima a las chicas a estudiar y a romper con los roles de género en las carreras universitarias, a participar en la vida política y liderar el sector privado, a romper el silencio cuando sufren violencia sexual o por parte de una pareja, a abrazar el body positive ante la tiranía de la belleza, a vivir libremente su sexualidad y sortear el estigma de la «zorra». Pero, ¿y qué pasa con los chicos?
Forjar una identidad masculina requiere eliminar todo lo que el feminismo lleva siglos cuestionando: el uso de la fuerza y/o la violencia, la competitividad, la protección masculina, la distancia y/o dureza emocional, la independencia, la invulnerabilidad, la racionalidad, la represión de la afectividad, la autosuficiencia, la búsqueda del logro, la hipersexualidad o el desprecio de lo femenino. Por el contrario, la nueva identidad femenina asume algunos de los valores masculinos tradicionales: las chicas hoy tienen que ser fuertes, valientes, independientes y deseantes, esto es, ya no pueden conformarse con ser el objeto de deseo de otro. El cuestionamiento de la identidad masculina tradicional ha generado culpa, confusión y señalamiento en los varones jóvenes, pero en lugar de mover estas reacciones hacia la autocrítica, ha incentivado el victimismo y la crisis de identidad.
En relación a lo anterior, cabe señalar cómo el proteccionismo estatal también ha sustituido al príncipe azul, a ese galán dotado de virilidad y sensibilidad, al atento caballero. Que las mujeres ejerzan su derecho a la libertad sexual es un escollo para los «célibes voluntarios», su incorporación masiva al empleo y su mayor autonomía económica ha supuesto una menor dependencia familiar y romántica, las leyes que protegen a las víctimas de la violencia sexual han contribuido a la desmitificación de dicho delito y a poner en valor sus derechos sexuales y reproductivos al margen de su estado civil, orientación sexual o clase social. En definitiva, los varones jóvenes ni siquiera ya pueden ser el hombre bueno del cuento. El Estado y la ley les han arrebatado ese rol.
Es evidente que el neoliberalismo y el neoconservadurismo se han convertido en el motor ideológico de quienes no quieren abandonar los privilegios masculinos. Pero sus ideales también han seducido a aquellos chavales que se encuentran perdidos. Ante la ausencia de una cultura que acoja la realidad de los chicos, estos han encontrado una alternativa en la manosfera, en ese panóptico virtual donde los hombres comparten sus valores de masculinidad y se aconsejan sobre cómo ser hombres (Ging y Siapera, 2018; Rothermel, 2020).
¿Es la misoginia conectada un fracaso del movimiento feminista? Ya no importa si lo que los hombres jóvenes opinan sobre el feminismo es falso o si se expresan de forma políticamente incorrecta. El feminismo debe prestar atención a lo que, emocionalmente, estos jóvenes obtienen cuando la desinformación orienta sus proyectos vitales.